Hay veces, que el vacio está tan lleno que duele tanto…
Ayer un mensaje de mi amigo Ricardo en mi teléfono móvil, me despertaba diciendo: “Luis ya no tiene miedo…”. Dudé de si aun estaba dormida, pero el mensaje llevaba implícito el plano final de su última película, aquel que al verlo nos dejó trastornados a todos. Puse la televisión y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin pausa, mientras la dura realidad me encogía el pecho…
Mi Luis Berlanga, mi admirado maestro, se había dormido del todo…
En ese instante me di cuenta, de que la admiración, la amistad y el cariño se aunaban en una única palabra, AMOR. De golpe eché de menos su ternura, su generosidad, su sencillez de genio irrebatible, su mirada traviesa porque siempre fue un niño travieso. Su voz llamándome Violetita… Y si, en ese preciso momento sentí lo mucho que yo amaba a Luis Berlanga.
A duras penas me duche y me puse la pintura de guerra de actriz, para ir a hacerle la última visita.
Anduve desorientada por las tiendas, tratando de encontrar un par de zapatos rojos de tacón de los que a él le gustaban tanto. Pero algunos llevaban plataforma o alguna tirilla, algo que Luis, con su perfeccionismo fetichista nunca hubiera admitido. Mi intención era llevarle un zapato lleno de flores, pero me conforme con comprarle tres modestas rosa rojas.
De camino a la Academia de Cine, Madrid me parecía distinto. Baje del taxi tratando de mantener la compostura como si acabasen de gritar ¡Motor!... He hice el peor plano de mi vida. No sé ser actriz cuando no trabajo.
Salude a muchos compañeros de los de verdad; mientras recordaba a mi Gamerito, a Agustín González, a Manolito Alexandre y a tantos grandes que fueron mis compañeros, maestros. amigos y que poquito a poco, pero rápido, se me habían ido yendo a la gran producción del después.
Llegue a los pies de su ataúd y a pesar de que el escenario tan solo lo adornaba una corona de flores blancas, deposite mis tres rosas sobre el…
Me volví a casa con el cariño de su maravillosa familia, tan querida por mi y con ese vacío tan lleno del que hablaba antes.
Hoy no tuve fuerza para ir a su entierro, pero en televisión vi algo que me conmovió profundamente: Mis tres rosas seguían allí, solas, sobre su ataúd mientras este descendía a la fosa junto a su hijo Carlos… Algo mío se iba junto a mi Luis.
Sirva el detalle, para engrandecer aún más a una familia que siempre supo cuanto le quise y que de este modo, demostraban comprensión a mi Amor.
Yo que no creo en Dioses ni cielos. Espero algún día encontrarme en su particular Imperio Austrohúngaro, vestida con falda tubo y zapatos de tacón de aguja, junto al mejor casting que soñar se pueda y que ya habita allí.
Por todo lo que aprendí y viví. Por todo lo que nos dejas y aunque solo fuera por haberte conocido…
Gracias Luis.
